Tiempo y espacio


La superficie del habitáculo era de apenas seis metros cuadrados pero descubrir todo aquel volmen le devolvió la primera sonrisa en semanas. Con todo aquel espacio podría guardar las cosas de Luis hasta que volviera de su travesía por el mar de “necesito tiempo”.

Dos semanas y media después de firmar el contrato de alquiler, descendió desde el segundo piso al subterráneo, ya como inquilina. Hizo girar la llave del candado y accionó el interruptor de la luz. Por unos instantes se quedó parada, intentando imaginar el lugar que ocuparía cada objeto. Luego se puso manos a la obra: colocó la bici elíptica al fondo en una esquina, la estantería en la pared de enfrente. La mesa de escritorio entre ambos. Sobre las repisas del medio depositó delicadamente las maquetas de cuatro veleros. La caja de herramientas en la última repisa, la más baja. La máquina de hacer crepes regalo de la madre de Luis, en la penúltima. El resto del espacio lo rellenó con sus libros, sus revistas de náutica y los trofeos de vela. Cuando terminó de montar la silla de escritorio se dejó caer pesadamente sobre ella. Cerró los ojos y se quedó recostada. Los objetos guardaban silencio, pese a toda su historia pasada. "Si pudieran, preguntarían por su dueño" pensó.

La cuarta vez que bajo al trastero fue para depositar un trofeo de Luis olvidado. Bajo acompañada de su amiga Laura.

—¿Qué es esto?—preguntó Laura mirando a todos lados.

—Son sus cosas.

—Parece un santuario—le espetó Laura arqueando las cejas. Quiso añadir algo mas pero se contuvo. Le parecía que el orden era sospechosamente similar al del apartamente de la calle Príncipe, donde su amiga había vivido siete años con Luis.

—Ahora te alcanzo—le dijo a Laura, antes de cerrar la puerta y después de acordarse que a Luis le gustaba acceder a la bici eliptica del lado derecho. Pensando en ello, volvió sobre sus pasos y la separó ligeramente de la pared.

A la semana siguiente bajó a depositar un viejo aspirador estropeado. Al verlo entre las cosas de Luis desechó la idea de dejarlo allí. Se acomodó en el sillón de ruedines y percibió por primera vez una sensación de frío y húmedad. Tiró de las mangas de su jersey y se hundió aún más en la silla." Frío y húmedo como la cubierta de un velero", pensó mirando hacia la maqueta del velero azul. Se lo imaginó en alta mar y a ella misma acurrucada en la popa. Capeando un temporal que cala los huesos. Soportando las envestidas del oleaje. Manejando los cabos según las intrucciones del capitán, Luis García. Su Luis. Se le escapó un suspiro al imaginarlo en la popa muy erguido, vestido con su chubasquero verde caqui, el sombrero a juego y ese aire de autosuficiencia cuando manejaba el timón. Como si el viento y él fueran viejos conocidos y el temporal fruto de simples rencillas. Afuera un ruido de llaves y el sonido de la puerta de al lado le devolvieron a la realidad del trastero. Sería un vecino que, con la mesa puesta y su mujer e hijos esperándole para cenar, había abandonado la comodidad del hogar para ir a buscar una botella de vino. Y ella, muerta de frío y tiritando, deseó dejar atrás el temporal, subir las escaleras en su lugar y ocupar su sitio en la mesa para escuchar a alguien decirle “¿por qué has tardado tanto, cariño?”.

Al mes siguiente bajó al trastero a buscar la maquina de hacer crepes. Pasó toda la mañana en la cocina y hacia las doce volvió a bajar al trastero. Depositó una fuente con crepes sobre la mesa de escritorio junto con un bote de nutella. Se dedico a untarlas con abundancia, como le gustaban a Luis. Con una cuchara dibujó finos trazos de chocolate sobre la cubierta de una de ellas, hasta poder leerse: “Feliz Cumple”.

A los tres meses descendió al subterráneo a comprobar que todo seguía en buen estado antes de irse de viaje. Extrajo un juego de llaves del bolsillo y se sorprendió al descubrir que faltaba la llave que abría el candado. La invadió la angustia y subió los escalones que la separaban del primer piso, de dos en dos. Dirigió sus pasos dirección al portero que se encotraba en su garita.

—Disculpe, he perdido la llave de mi trastero.

—El lunes pasa el cerrajero, puedo advertirle—le respondió el portero concentrado en su correspondencia.

—Pero…¿no puede venir ahora?

—Puedo llamarlo ahora si es algo urgente. Digame su nombre y el numero de apartamento.

—Me llamo Adela, vivo en el 307— dijo mientras el portero anotaba en un post-it.

Afuera los primeros rayos de sol anunciaban el fin de la lluvia. El portero descolgó los auriculares y se disponía a marcar un numero.

—Déjelo, no es importante.